Postales de un pasado perfecto
Tantas cosas se han escrito de Barcelona, en Barcelona, para Barcelona y yo aquí en un café tratando de escribir algo nuevo. Evoco los recuerdos que tengo de él y los mezclo con mis días aquí intentando olvidarlo: Tarde en la playa frente a la infinita tonalidad de azules del cielo y mar, ¿cuántos kilómetros exactamente habrá desde aquí hasta donde tú estás?; el pabellón de Mies Van der Rohe y lo mucho que me habría gustado estar ahí contigo entre su paleta de travertino y mármoles, nuestro abrazo reflejado en los espejos de agua; parada frente a aquella pintura de Miró, la sonrisa de una lágrima, el mismo sentimiento contradictorio que siento yo por ti.
Las palabras aparecen y empiezo a escribir.
“La postal que no voy a mandar:
Todos los días salgo de mi casa y veo la Catedral. Y algunos días la veo y pienso en ti. Te escribo esta postal con pocas líneas en representación de las historias que me gustaría contarte y me tengo que guardar. Te escribo esta postal con muchas líneas que se resumen en dos simples palabras: Te extraño."
Las lágrimas se deslizan de mis ojos y llegan saladas a mi boca. Por un momento las dejo fluir, permito que la tristeza se apodere de mí. Pasan los minutos y poco a poco la tranquilidad vuelve. Me limpio la cara con una servilleta y guardo la postal en el libro.
Me despido del café y camino sin rumbo. El atardecer cae sobre Barcelona y los turistas comienzan a regresar de la playa. Llego al paseo marítimo. Un grupo de niños corre detrás de decenas de burbujas que un muchacho crea para ellos. Me siento a verlos reír, sonido contagioso que hace que una sonrisa se trace sobre mis labios.
El cielo se ha pintado de rosa y las palmeras se mecen con la brisa de la tarde. Flotan las burbujas escapando hacia el mar. Tornasol efímero. La fragilidad de los momentos. Efímera, así es la tristeza en esta ciudad. No existe más, merci, Barcelona.
Una postal a los que nunca me mandaron flores:
Tenía la esperanza de que fueras tú. Escogí ver todas las razones por las que podría funcionar, en vez de hacer una lista de las razones por las que debería de haber salido corriendo. Ahora veo todas esas banderas rojas ondeando frente a mí y agradezco que el que salió corriendo fuiste tú.
Me convencí de que te quería pero la verdad es que quería querer a alguien. Quería a alguien que un viernes por la tarde me mandara girasoles sólo para pedir perdón, o rosas amarillas porque eran las favoritas de mi escritor favorito, o un ramo que lo hiciera pensar en mí, o tulipanes porque son mis favoritos.
Pero nunca llegaste con tulipanes a la puerta de mi casa. Y yo no recuerdo si alguna vez te dije que los tulipanes son mis flores favoritas. Nunca dejé de esperarlos: un arreglo rosa en mi cumpleaños, un ramo rojo en el aeropuerto, tres amarillos en un martes cualquiera.
Quería a alguien que nunca olvidara que los tulipanes son mis flores favoritas. Quería a alguien que, a pesar de la lista de razones para salir corriendo, por fin se quedara.
Y no fuiste tú, todavía no.
Una lista de deseos que le he pedido a la luna:
Una segunda oportunidad que tal vez no me merecía.
Volver a abrazar a mis abuelos.
Olvidar a alguien que ya me olvidó.
Alguien a quien mandarle un mensaje de “Mira la luna”.
La respuesta a esa pregunta que se quedó sin contestar.
Volver al mar.
Ayuda para por fin poder soltar.
Buenas noticias en la cita con el doctor.
El deseo que no me cumplió la estrella fugaz.
Alguien con quien cantar Caraluna en el carro.
Inspiración.
Fotografía de Paula Weinberg
Me enamoré de ti en otoño. Mi estación favorita. Descubrí por qué te quería entre septiembre y noviembre y te quise aún más.
Me gusta todo de esta estación: el clima que empieza a ser lo suficientemente frío para usar alguno de mis suéteres (tengo un exceso de suéteres en mi clóset), las lunas de octubre, los postres y cafés de temporada que todas las cafeterías de la ciudad inventan, estar todo el día en sudadera, Halloween y las calabazas por todas partes, el viento que canta en mi ventana y obvio hacer catas de pan de muerto y encontrar el mejor.
En otro otoño, en lo que ahora parece otra vida, nos queríamos, lo decíamos sin palabras: con un abrazo, con un café, con una canción. Quería coleccionar otoños contigo. Quería llenar el calendario de días contigo. Pero te fuiste en primavera y mis días se vaciaron de ti.
Y ahora que empezó el otoño otra vez recuerdo ese contigo y lo extraño, y te extraño. Ahora las hojas vuelven a caer, y mi esperanza de que vuelvas cae con ellas. Eres una hoja seca que el viento se llevó. Tal vez, en otra vida nos volvamos a encontrar. Pero en este otoño, en esta vida no.
Las cosas que pasan mientras te tomas un café…
Cae la noche y no te das cuenta.
Piensas en mandar un mensaje, lo escribes y te arrepientes.
Se escucha Free Fallin’ de fondo.
A veces —si tienes suerte— te enamoras.
Lees una frase en un libro que parece escrita para ti.
Irónicamente, te acuerdas que tienes que comprar café.
Te da ese sentimiento de no querer irte, todavía no.
(I wanna write her name in the sky)
Otras veces —si no tienes suerte— se termina el amor junto con el café.
Escribes medio poema.
Contestas un mensaje y se te va la inspiración.
Piensas qué libro vas a leer mañana.
Se te olvida el café y se enfría.